La palabra “utopía” apareció como neologismo usado por el filósofo inglés Tomás Moro en 1516. Usando dos componentes griegos: οὐ, que remite a “no” y tópos, que refiere a “ lugar”, creo la palabra “Utopía” con la cual tituló a una obra en la cual hablaba de un mundo ideal, una isla en la que las personas llevaban una vida plena y feliz..
Así, Utopía representaba un lugar ideal pero inexistente en la realidad; un lugar que solo existía en la imaginación de Moro.
Hoy en día, referimos a utopía cada vez que aludimos a un proyecto, deseo o plan ideal, atrayente y beneficioso, generalmente asociado al bien común pero que resulta de realización improbable.
Cuando hablamos de cambio de paradigma, suelen resonar voces que nos hacen caer en el desánimo de pensar que es una utopía..
Y entonces, so pretexto de ser realistas, muchas veces, quedamos atrapados/as en la resignación, la queja reiterada, la postergación repetida, la pérdida de poder sobre nuestras propias vidas…
El punto es aprender a identificar que cuestiones nos exceden y cuáles si podemos cambiar.
La plegaria de la Serenidad, atribuida al teólogo, filósofo y escritor estadounidense de origen alemán Reinhold Niebuhr, nos da una buena mirada sobre el tema al afirmar:
“Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar,
valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar
y sabiduría para entender la diferencia.”
Ahora bien, como podemos distinguir qué cosas podemos cambiar y cuáles no?
En principio, hacer el ejercicio de aceptar que no podemos tener todo bajo nuestro control y distinguir cuáles son las cuestiones sobre las cuales podemos ejercer una influencia real con nuestro accionar, parece ser un buen punto de partida.
La propuesta es tomar consciencia de cuál es nuestro círculo de preocupación y cual es aquel respecto del cual sí podemos llevar a cabo conductas concretas que nos permitan crear una nueva realidad.
Sin esta distinción, todo puede parecer una enorme utopía irrealizable o un pantano del cual no podemos salir.