Hubo un tiempo en el que los acuerdos se sellaban con un apretón de manos que simbolizaba el valor de la palabra dada
Paradógicamente, en ese mismo tiempo, las conversaciones quedaban delimitadas por el silencio al que obligaba todo aquello de lo cual no se hablaba
Eran tiempos de ¨Te doy mi palabra¨ y, a la vez, ¨De eso no se habla¨
Crecimos escuchando las dos frases…
Estamos rompiendo las barreras del silencio y cada vez hablamos de más cosas, sin embargo, pareciera que no hemos sabido mantener el valor de la palabra dada
La virtualidad que tanto nos ha conectado, contribuyó a fomentar una comunicación basada en emojis y palabras abreviadas..
Una comunicación -en muchos casos- ficticia, vacía de contenido real
La palabra crea realidades, abre universos de expresión y es el único canal efectivo para transmitir lo que sentimos, pensamos, creemos…
A la vez, el silencio crea distancias que, a veces se transforman en abismos y levanta muros dentro de los cuales quedamos presos de lo no dicho
Está claro que el uso de la palabra sana, conecta, une… también genera conflictos y malos entendidos
En esto de intentar repensarnos en un modo de vivir en el que la expresión sea una herramienta de pacificación, de sanación colectiva, es importante recuperar el valor de la palabra
De algún modo, somos lo que decimos. Con lo cual, se impone ser cuidadosos al elegir las palabras que usamos
Tenemos sólo un puñado de palabras para expresar un sinfín de emociones, tomémonos el trabajo de usar las adecuadas y empecemos a tener bien claro que no necesariamente el otro va a entender exactamente lo que nosotros quisimos decir…
Nadie anda con un diccionario bajo el brazo y aún cada palabra tiene acepciones…chequear que lo dicho coincide con lo escuchado suele ser una potente herramienta de prevención de conflictos innecesarios
Si logramos empezar a ser coherentes con lo que sentimos, pensamos, decimos y hacemos, tendremos a nuestro alcance la posibilidad de volver a darnos la palabra y sellarla.
Quizá sea un nuevo buen comienzo.