Seguramente tod@s escuchamos esta frase dicha de la boca de un conocido o de un potencial cliente, más de una vez y, más de una vez -también- salimos a aclarar que es algo que no suele suceder…
No sucede pero se repite cual letanía una y otra vez…
Entonces, por qué no logramos desprendernos de esa leyenda urbana que nos pone siempre bajo la lupa?
Por qué tanta gente tiene esa percepción de alguien que fue su abogado/a?
Es sólo la mala fama que nos rodea?
Hay algo de cierto?
O es el resultado de una suma de factores que llevan a colocar la responsabilidad por no obtención de lo deseado en un mal proceder del profesional en cuestión?
No será acaso la consecuencia de una comunicación inadecuada o insuficiente?
Sabemos que el/la cliente llega con un problema concreto y un grado de expectativas -en general- muy superiores a las reales, de modo tal que es importante, a la hora de tomar el caso, no sólo ser claros con el encuadre jurídico del asunto sino tener en cuenta esa distorsión en la valoración del resultado que se puede alcanzar.
Para eso, es imprescindible escuchar atentamente al cliente, observar qué cuestiones propias se involucran en el resultado jurídico, generar una alta dosis de confianza profesional y personal y ser muy claros en el encuadre del asunto y las probabilidades de éxito.
Muchas veces es difícil decirle al cliente que tiene pocas chances de obtener el resultado deseado, pero es imprescindible hacerlo.
Esa sinceridad forma parte del trabajo que debemos realizar pero -además- desalienta la posibilidad de desilusión respecto de nuestro trabajo y la posterior búsqueda de explicaciones en elaboraciones fantasiosas.
Ahora, asumamos que llegó el tiempo de generar un consenso en este punto, de modo tal que quien vaya de abogad@ en aboga@ buscando la frase que le guste, se encuentre siempre con respuestas que tengan criterio de realidad.
No tengamos miedo a evaluar las probabilidades de éxito con rigurosidad o vieron alguna vez un médico que subestime a la enfermedad que tiene el paciente?