Desde la histórica Declaración de Derechos Humanos, que allá por el año 1948 proclamó que todos los seres humanos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos, sin distinción de raza, color, sexo, idioma, religión, nacimiento o cualquier otra condición, a esta parte, hemos recorrido un largo camino en la búsqueda de esa ansiada igualdad de géneros que ha quedado plasmada en diversas Convenciones, Declaraciones y Leyes.
Hemos necesitado que la Asamblea General de las Naciones Unidas declare en 1975 como año Internacional de la Mujer y luego el Decenio para las Mujeres entre 1976 y 1985.
En el año 1979 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW), que se ha mantenido a lo largo de los años como una verdadera declaración de principios en relación a los derechos humanos de las mujeres, sentando la definición explícita de discriminación y estableciendo pautas claras para ponerle fin.
Luego vinieron la Conferencia de Nairobi, la de Beijing y, ya en este siglo, la creación de un único organismo de la ONU encargado de acelerar el progreso hacia la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres.
Con ONU Mujeres aparecen los Objetivos de Desarrollo Sostenible, entre los cuales se busca lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y niñas, entendiendo que resulta necesario contar con cambios profundos a nivel jurídico y legislativo para garantizar los derechos de las mujeres en todo el mundo.
En este punto, resulta importante recordar que todavía hay muchos países en cuyas Constituciones no existe igualdad entre mujeres y varones.
Es decir, pese a que mujeres, niñas y adolescentes conformamos la mitad de la población mundial, lo cual implica que en nosotras radica la mitad de la potencialidad del desarrollo de las sociedades de todo el mundo, aún subsiste una notoria disparidad entre los géneros en la esfera jurídica y social a nivel global.
Se suele hacer hincapié en la importancia de empoderar a las mujeres a través de su desarrollo laboral y por lo tanto económico y, en tal sentido, es común marcar las enormes desigualdades existentes entre varones y mujeres en el ámbito vinculado al ingreso, permanencia, acceso a puestos jerárquicos y salarios en el universo del trabajo remunerado.
Así solemos señalar la brecha salarial, el techo de cristal, la discriminación, los abusos, acosos, violencias de diferente índole.
En ese orden de ideas, es común que digamos que la desigualdad en el mercado laboral empieza en la entrevista de trabajo, en la cual, a la mujer, por el solo hecho de ser tal, se le formulan preguntas que no se le hacen a los varones y se le exigen condiciones que no se le piden a los varones.
Ahora bien, así como, cuando hablamos de incorporar políticas públicas para lograr la igualdad de géneros y evitar la discriminación y violencia, señalamos la importancia de llevar a cabo acciones multisectoriales y transversales, de igual manera, es importante tener en cuenta que cada situación de desigualdad se manifiesta en algún punto específico pero es, en realidad, la consecuencia de una situación macro que solo replica una y otra vez en diferentes sectores y tomando diversas manifestaciones.
Vale decir, cuando a una mujer en su primera entrevista de trabajo le preguntan si tiene intención de ser madre, pese a que estemos ya en la esfera laboral, esto no es más que el reflejo del estereotipo que sigue pesando sobre nuestras cabezas en relación a la visión de mujer gestadora que encuentra su realización a través de la maternidad. Lo mismo sucede con todas las preguntas y requisitos que se le exigen al género femenino en esa primera instancia en la que el puesto de trabajo es aún una expectativa; nos encontramos con una recurrente réplica de antiguos estereotipos que la sociedad patriarcal ha puesto en cabeza de las otrora reinas del hogar.
Del mismo modo, cuando una mujer decide ser madre y a la vez llevar adelante cualquier tipo de actividad laboral se encuentra, casi indefectiblemente, con mucho más trabajo sobre sus espaldas que sus pares varones, ya que las tareas de cuidado compartidas son mucho más reales en las normas escritas que en la vida real, en la que sigue resultando complejo compartir a medias las actividades de cuidado de los hijos comunes o las tareas vinculadas al desarrollo de hogar común.
Así resulta más probable que sea la mujer quien falte al trabajo cuando algún miembro de la familia esté enfermo, es posible que efectivamente exista, en algún momento, un menor rendimiento frente a situaciones en las que se torne por demás complejo compatibilizar responsabilidades divergentes y sin dudas, termina siendo el género femenino el que se acostumbra a vivir colapsado por una carga mental y física que hace dudar si vale la pena pagar un costo tal alto por una igualdad que, finalmente, tarda demasiado en llegar.
En igual sentido, esta permanente tensión entre estas facetas de mujer puertas afuera y puertas adentro del hogar, genera además de cansancio y estrés, una permanente sensación de ser una verdadera malabarista que va por la vida haciendo girar pelotas que en cualquier momento se pueden caer, socavando, no solo la salud física y mental, sino también la autoestima en todos los planos.
Es decir, públicamente se libra una lucha por terminar con el techo de cristal, conseguir la paridad en cargos e igualdad de representatividad pública y política, el trato en iguales condiciones sin discriminación por motivos de género, el acceso a idénticos puestos de trabajo con los mismos salarios, las mismas oportunidades laborales y a la vez, se hace necesario luchar por la protección del derecho a amamantar, gozar de protección legal durante el embarazo y respeto de las licencias por maternidad.
¿Ahora bien, es posible abrir tantos frentes en ese afuera hostil si todavía no se ha podido solucionar lo que sucede puertas adentro de los hogares?
¿Alguien puede pensar que es plausible lograr algún avance serio en el modo en el cual se trata al género femenino en el ámbito laboral cuando resulta, todavía, tan complejo generar un cambio de mirada en los diferentes roles que la mujer ocupa en la vida doméstica?
La desigualdad laboral es simplemente una faceta de la igualdad que falta conseguir en todos los ámbitos, de modo tal que, no es posible lograr la primera haciendo abstracción del contexto general.
Hasta tanto no se derriben los viejos estereotipos que acompañan al género femenino, el viejo esquema patriarcal va a continuar demostrando, una y otra vez, que sigue ejerciendo su poder sobre aquel segundo sexo que, finalmente, queda aprisionado en cada uno de los ámbitos en los cuales pretende obtener una posibilidad de desarrollo.
El único modo de abordar la igualdad de géneros es comprendiendo su transversalidad en toda la sociedad y su incidencia en todos los planos en los cuales se desenvuelve la vida de mujeres y varones que, lejos de representar un modelo de igualdad, siguen manteniendo esquemas muy arraigados en las creencias aprendidas y en el modo de llevar adelante una forma de vida con roles altamente diferenciados.
No hay posibilidad alguna de conseguir la igualdad laboral si antes no se logran afianzar objetivos tan elementales como poder decidir con libertad el número de hijos que una mujer desea tener, el momento de abordar la maternidad, el modo de llevarla adelante y la efectiva igualdad de cuidados respecto de los hijos comunes, sin la cual pretender que la maternidad deje de ser una limitante en el desarrollo profesional o laboral resulta una utopía.
Porque, hablemos claramente, ¿cuántas mujeres han logrado sostenerse en puestos jerárquicos? De esas mujeres, ¿cuántas tienen más de dos hijos? ¿Cuántos varones ocupan puestos jerárquicos o de decisión? ¿Cuántos tienen menos de tres hijos?
Sólo el día en el que maternidad y desarrollo laboral puedan ser ejercidos libremente, en un juego equidistante en el que ambos puedan fluir sin que ello implique un continuo dilema de elecciones, sólo ese día, podremos empezar a pensar que se ha ganado algo en la conquista por la igualdad.