No hay fórmulas mágicas, somos en un permanente devenir que nos invita a transitar procesos en los que, cada quien encontrará, a su tiempo y a su modo, su personal forma de hacer magia.
Es posible que mucho de lo aprendido no nos sirva y que otro tanto nos haga de plataforma para saltar y no caer al vacío.
Quizá, más temprano que tarde, comprendamos que sólo somos un intento por trascender la fugacidad que nuestra finitud encierra, ese devenir que, en vano, intentamos controlar.
Tal vez, un día podamos consensuar que no hace falta tanto para ser felices, que la empatía no es más que no hacer aquello que no queremos que nos hagan, que poder tiene quien puede escaparse unos días del trabajo sin que nada se ponga en juego, que la libertad vale más cuando hay un lugar en el que nos esperan, que vamos a ser iguales solo cuando ya no haga falta hablar de igualdad, que habrá futuro cuando entendamos que la infancia es en tiempo presente, que los disensos no son más que otro punto de vista que trae luz a nuestra ceguera.
Puede que, al terminar el cuento, la vida sea mucho más simple que cualquier respuesta que, a priori, insistamos en encontrar… puede que todo se trate de dejarse llevar por ese devenir que nos transciende y en el cual solo somos intérpretes de las historias que nos contamos…puede que, al fin de cuentas, el secreto de esta vida esté en el mensaje encerrado en el rugido del mar, en el silencio de la montaña, en el olor a tierra mojada, en el enceguecedor resplandor del sol cuando se pone sobre el horizonte, en el milagro de encontrarnos en un abrazo…
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