Fuimos educados en un paradigma que nos enseñaba cuál debía ser el modo de llevar adelante nuestra vida, de qué forma debíamos vivirla para ser personas de bien, qué contenido y forma tenía que tener nuestra existencia para estar acorde a las expectativas que se depositaban sobre nosotros/as…
Así, nos vimos en un callejón -casi sin salida- en el que a los 17 o 18 años teníamos que elegir una profesión para toda la vida, luego una pareja para formar una familia para toda la vida y adoptar cierta forma de vivir, también, para toda la vida..
Aprendimos a desconfiar de aquellos que no llevaban una vida entera dedicada a lo mismo, orientada en el mismo sentido…
Esa mirada nos hizo confundir la definición del término coherencia y nos llevó a pensar que quién cambiaba de opinión o de rumbo, era un ser, cuanto menos, poco confiable… confundimos la coherencia del pensar, sentir, decir y hacer en un mismo sentido en sintonía con quienes estamos siendo en cada momento presente con una acepción que, al darle a esos ingredientes el aditamento de tener que ser sostenidos de idéntica forma a lo largo del tiempo, en realidad, nos convierte -no en seres coherentes- sino en personas rígidas, incapaces de cambiar el ángulo de la perspectiva desde la cual observan la vida y sus circunstancias.
En este cambio de paradigma que nos propone una vida más amorosa para con nosotros/as mism@s y para con quienes nos rodean, es imprescindible revisar esos conceptos arcaicos y poner sobre la mesa el derecho a cambiar de opinión, a transformarse, a evolucionar, a ver las cosas de otra manera, incluso, a contradecirse porque todo eso significa que hemos sido capaces de comprendernos en la renovada mirada que vamos teniendo según quienes estamos siendo cada día, en el entendimiento de permitimos generar ese cambio de lugar que, lejos de transformarnos en seres menos confiables nos convierte en personas más conscientes de sus propias limitaciones, de su desconocimiento respecto de cómo las cosas en realidad son y se permiten, en consecuencia, explorar a diario aquello que la vida propone, si estamos despiertos para recibirlo.
Es hora de asumir el derecho a cambiar de idea, a equivocarse, a contradecirse, a dar marcha y contramarcha, sabiendo que la coherencia no es ser siempre la misma persona sino ser a diario alguien capaz de expresar lo que piensa y siente, actuar en consecuencia y hacerse responsable por esos dichos y acciones.
Esto, en modo alguno, implica desconocer el compromiso para con las promesas asumidas.. es, contrariamente, darnos el permiso para no ser esclavos de elecciones que tomamos cuando no éramos l@s que somos…
Sabernos parte del cambio del que formamos parte, nos permite ser flexibles con nosotros, con nuestros errores y con los de los demás, con las circunstancias que la vida nos presenta a diario…
Asumir el derecho al cambio nos hace andar más livianos, conscientes de la impermanencia, de la finitud a la que estamos llamados/as…
Sabernos en un cambio permanente nos conecta con la libertad de poder ser quienes deseemos ser sin dar por sentadas limitaciones que nos enquistan en lugares repetidos en los cuales la vida se detiene, porque no es nuestra, porque no la estamos eligiendo..
Entendernos en el cambio es sabernos parte del universo al que pertenecemos y comprender nuestra nimiedad dentro de ese contexto, en un continuo devenir en el que nada se mantiene idéntico sino que, contrariamente, se renueva en una permanente recreación de este estar siendo que nos permite la maravillosa oportunidad de diseñar a diario la vida que queremos vivir y redefinirnos en quienes estamos siendo para ser en la expresión de nuestra mejor versión.
Sabernos cambio, es entender que nuestro paso por la tierra es un soplo de vida destinado a ser para no ser, a tomar una forma para cambiarla con el tiempo y desaparecer en otra forma que no podemos, siquiera, imaginar…

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