El día de San Valentín nació como festividad de origen cristiano que conmemora anualmente, el 14 de Febrero, las obras de San Valentín de Roma, en relación al amor y la amistad.
Cuenta la leyenda que San Valentín casaba a soldados con sus damas en las bodegas de las cárceles del Imperio Romano en los tiempos en que el cristianismo estaba prohibido por Claudio II; éste, al enterarse de los votos matrimoniales que realizaba el santo, mandó capturarlo y traerlo frente a él para que se excusara. Todo terminó con la orden de decapitar a San Valentín, quien, durante su espera en prisión, antes de la ejecución, intercedió ante Dios para que le diera la vista a la la hija del juez de la prisión, que era ciega. Durante su traslado a la plaza pública para la ejecución, San Valentín le regaló a la joven, un papel para que lo leyera. Ella, sin entender demasiado, abrió el papel y vió una frase que decía «Tu Valentín» como forma de despedida. Se dijo que San Valentín se había enamorado de la joven, con lo cual, el simbolismo se hizo más grande.
Esta festividad, en un principio religiosa, se fue expandiendo como modo de celebrar el amor y la amistad. Hoy asistimos a una fecha comercial que celebra el enamoramiento, el amor de pareja y termina provocando celebraciones auténticas, otras algo forzadas para cumplir con el calendario, algunas discusiones y deja a unos cuantos deprimidos o declarando la anti celebración…
Quizá sea hora de retomar el sentido original de la fecha, aquella vieja invitación a celebrar el amor y la amistad en sentido amplio, y entender el real sentido del amor no queda reducido a los vínculos de pareja.
Tal vez, sea hora de desmitificar esa vinculación entre pareja y felicidad, soltería y carencia y, finalmente, entender que en ambos bandos hay gente feliz, otra que está bastante disconforme y algunos que la pasan igualmente mal en cualquiera de las dos circunstancias.
Uno de los símbolos que se usa a la hora de representar la celebración de San Valentín es la rosa. Y, como en esta vida, siempre una cosa trae otra, es casi imposible no relacionar esa rosa con aquella otra rosa que nos interpeló sobre el amor en El Principito.
En la obra de Saint- Exupery, la rosa del Principito, se hace única para él por el tiempo que pasan juntos, por el lazo que crean entre amos. El Principito sabe que hay miles de rosas iguales a la suya, sin embargo, ésta es única para el por el tiempo que le dedicó, es ¨su¨ rosa, esa con la que creó un lazo, un vínculo, de amor.
Es el vínculo que sepamos crear con otro/a lo que nos diferencia, lo que nos vuelve únicos e irreemplazables. No importa qué tipo de vínculo hayamos creado, lo fundamental es el lazo que nos une, ese en el que invertimos tiempo y trabajo consciente para hacernos únicos para el/la otro/a.
El Principito, tan lleno de metáforas simples y a la vez profundas, también nos muestra otro vínculo más amplio, más genérico, igualmente vinculado al amor y la amistad: esa relación que establece el protagonista con el zorro.
El zorro del Principito también es un zorro cualquiera, uno igual a cien mil más, solo que, fue domesticado y ésto lo hizo especial, lo convirtió en único.
Domesticar es -nuevamente- crear lazos, generar una corresponsabilidad en el progreso de la relación, es hacerse responsable por el otro, es saberse único, es abrir el corazón y permitirse ser vulnerable para lograr un conocimiento real, auténtico, que nos haga diferentes al resto.
Domesticar, es un trabajo que se hace de a dos, es un compromiso recíproco, una tarea conjunta para construir un lazo que nos invade de sol, ese sol que nos permite ver bien, que nos da la luz suficiente para ver con el corazón aquello que es invisible a los ojos: lo esencial.
Quizá sea hora de alejarse de la sociedad de consumo que nos vende celebraciones superfluas, que nos propone la pareja de la película yanqui como modo de amor a conquistar y volver a lo esencial, a lo que no necesita regalos el 14 de Febrero… quizá sea hora de entender que el amor de pareja es deseable, pero que el amor -el que nos salva del naufragio- excede esa forma… quizá sea hora de abrirnos a la posibilidad de domesticarnos, de ser domesticados y domesticar, de encontrarnos en nuestras vulnerabilidades para construir vínculos de amor y amistad auténticos, profundos, reales, necesarios, en los que seamos corresponsables de su mantenimiento, de su crecimiento, de su evolución…
Quizá, casi seguro, haya llegado la hora de empezar a ver con el corazón, de sacarse corazas que nos alejan, de asumir el riesgo de estar vivos, de abrir el alma, de dejar entrar a quien nos quiere domesticar y domesticarnos desde nuestras vulnerabilidades compartidas, desde ese lugar que nos permite conexiones auténticas, en plena consciencia de la responsabilidad que tenemos para con quien hemos domesticado.
Domesticarnos nos permite ver lo esencial, vernos en lo esencial, nos da la oportunidad de expandirnos en muchas formas de amor, nos incluye -con o sin pareja-, nos permite celebrar -desde nuestras vulnerabilidades- que estamos vivos, que somos únicos, que tenemos intacta la capacidad de amar y ser amados.
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